Os dejo con un relato creado por mi maestro.
Lady R.
Lady
R entró en su alcoba para acabar de prepararse, de su armario sacó un conjunto en
látex rojo, lo extendió sobre la cama para abrillantarlo hasta que se pudo ver
reflejada. Empezó ajustando las medias a sus piernas, tensándolas para adaptarlas
perfectamente a sus curvas, como una segunda piel.
En
la sala de al lado, desnudo, lo esperaba su esclavo, rodillas en el suelo, tan
sólo un collar en el cuello, símbolo de
la pertenencia a su ama, adornaba la piel de este.
Lady
R empezó a colocarse el liguero que se ceñía a su cintura desde encima del
ombligo hasta la altura del pubis, justo para dejar intuirlo sin que se viese, la
parte de atrás dejaba la parte baja de las de las nalgas a la vista, con
cuidado abrochó los enganches del liguero a las medias, tres en cada lado, uno
delante, otro al lado y otro detrás. Un sujetador, también rojo, con tirantes
que dejaban sus pezones al descubierto por unos agujeros, completaba el
conjunto. Y, para terminar, se enfundó unos largos guantes, ahora toda ella ceñida
por el látex rojo y brillante buscó su látigo.
Al
salir de la alcoba se encontró con la mirada satisfecha del esclavo.
-¿Qué
estas mirando así esclavo insolente? -dijo plantándose delante de este y propinándole
un bofetón.
-Un
esclavito humilde como tú ha de mantener baja la mirada ante su dueña y no
quedarse babeando contemplándola.
Otro
bofetón siguió a esta orden.
-Y contesta:
Sí, mi dueña, cada vez que te hablo.
Abofetear
a su esclavo al principio de cada sesión es algo que le hace hervir la sangre a
Lady R, y no digamos a su siervo.
Poco
a poco se va sintiendo invadida por una fuerte excitación que viene de muy dentro,
una mezcla de poder, miedo rabia y deseo se unen en el instante antes de soltar
la mano y un escalofrío y una sensación de placer en el momento de golpear la
piel del sumiso. Después la certeza del poder y la posesión: ¡Es mi esclavo! ¡Es mío! ¡Puedo hacer con él lo que quiera!
Ver
a su esclavo bajo su poder la pone loca y siente deseos de clavarle las uñas en
las nalgas, en los pezones, de morderle los labios y el cuello, de cogerle el
pene y estirárselo, de retorcer sus huevos...
Poco
pensaba ella en estas cosas unos meses atrás cuando conoció al que más tarde había
de convertirse en su esclavo. Nunca antes se hubiera imaginado entregándose a
esta clase de juegos. Él fue quien le abrió los ojos a un mundo de nuevas emociones.
Practicaron actividades morbosas y húmedas. Una oleada de sensaciones hasta
entonces desconocidas la invadieron y turbaron sus fantasías, sus sueños y
deseos más recónditos.
-A
mis pies perrito - ordenó - adora a tu dueña y señora.
El esclavo obedeció agachándose hasta tocar con
su cabeza el suelo, el látigo de Lady R acariciaba la espalda del sumiso. Más
tarde o más temprano el látigo acabaría restallando contra sus nalgas, al
principio suavemente, flojito y cada vez más fuerte hasta que le hará chillar de
dolor, entonces Lady R siente una gran excitación que la hace gemir de placer.
Prepararse
para asestar cada golpe acelera su pulso y su respiración. Soltar el látigo,
bien dirigido y dar en el blanco, oír el gemido a continuación hace que un escalofrío
recorra su espalda.
-Estas
bajo mi poder y vas a ser castigado como te mereces, gusano.
Y los
azotes empiezan a caer, primero sobre las nalgas, siguiendo un ritmo, pero cada
vez más fuerte, luego en la espalda, en los pies. Cuanto más fuerte pega mas se
excita Lady R, hasta que suspira de placer, entonces es cuando extrañamente y a
pesar del dolor, más disfruta el sumiso. Quizás porque sabe cual será al final
su recompensa.
Ver
a un hombre sometido a sus pies después de haber sido azotado debidamente ha
calentado la sangre y algo más a Lady R.
-Complace
a tu dueña -le dijo agarrando la cabeza a su esclavo y acercándosela a sus
pezones que asomaban erectos por las aberturas del sujetador.
-Chúpamelos
como sabes.
Tomando
entre sus manos los senos ceñidos en látex rojo acerca los pezones a la boca y
los humedece con la lengua. Al ver como el esclavo se aplica en cuerpo y alma a
la labor Lady R no tarda en sentirse mojada.
-Ahora
de rodillas cabrón, vas a lamerme el coño.
Mientras
es complacida rápidamente flagela el culo y la espalda de su servidor para que
este ponga más interés.
-Así
cabrón, chupa, lámeme.
Lentamente
Lady R se gira.
-Ahora
mi culo, te ordeno que me lo comas, lámelo.
Es
obedecida al instante sin ningún signo de protesta, balanceando
el látigo acaricia con los flagelos de este los cojones del sumiso que sentado
en el suelo lame con devoción el ojete de su dueña.
-Hunde
tu lengua en el culo de tu dueña, marrano, esclavo comeculos.
En
la punta del pene del sumiso brilla una gota fruto de la excitación. Lady R la
recoge delicadamente con la punta de la lengua y un hilillo transparente une
pene y labios.
-Estas
muy cachondo ¿Verdad esclavo de mierda? ¿Quien te ha dado permiso para
excitarte?
Lady
R le ata una cuerda alrededor de los testículos y arrastrándolo así lo conduce a su alcoba donde será violado. Pero esta ya es otra
historia.